A propósito del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba (Primera parte)
Por Roberto Regalado (*)
En fecha reciente escribí un artículo titulado «A la Revolución Cubana hay que defenderla sin condicionamiento ni vacilación alguna»,[1] donde colocaba en primer término, tal como corresponde, a la defensa de Cuba frente a la desestabilización de espectro completo que contra ella intensifican el imperialismo norteamericano y sus acólitos externos e internos. Acto seguido, pegadito, pegadito, pegadito, el artículo situaba a la necesaria refundación del socialismo cubano. En las reacciones recibidas de lectoras y lectores de otros países noté, por una parte, la angustia de que la palabra refundación pudiese haber sido utilizada en un sentido de debilitamiento, reblandecimiento y/o desmontaje del socialismo y, por la otra, la suspicacia de que fuese una variante del manido recurso gatopardista de «cambiarlo todo para que nada cambie».
La defensa inclaudicable y la refundación revolucionaria del socialismo cubano son dos conceptos, dos necesidades, dos deberes, dos obligaciones y dos tareas, inseparables entre sí. Ninguna de las dos, por sí sola, cumpliría el objetivo estratégico de salvar la patria, la revolución y el socialismo. Al socialismo cubano hay que defenderlo de manera inclaudicable porque quienes lo atacan —no necesariamente quienes lo critican—, digan lo que digan, sitúense en el lugar que se sitúen dentro del espectro político de sus enemigos y detractores, no quieren que se resuelvan los problemas, las insuficiencias, los errores y/o las contradicciones que, sean verdaderos o falsos, enarbolan contra la Revolución, sino imponer en Cuba el capitalismo real de nuestros días: el neoliberalismo.
Al mismo tiempo, al socialismo cubano es necesario refundarlo con un contenido y en un sentido revolucionarios, porque llega al cierre de su primer gran período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos, lo que constituye un problema mayúsculo.
El concepto de gran período histórico alude a los 68 años transcurridos desde el Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, que dio inicio a la lucha por la conquista del poder, y a los 62 años de ejercicio del poder conquistado el 1 de enero de 1959, durante los cuales la Revolución cubana fue liderada por su generación fundadora, que concluyó en el 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), efectuado entre el 16 y el 21 de abril de 2021, mediante el traspaso de todos los poderes del partido y el Estado a una nueva dirección, integrada por hombres y mujeres nacidos, educados y formados dentro del propio proceso revolucionario.
Es imprescindible e impostergable que la actual dirección del partido y el Estado cubanos encabece y facilite la búsqueda de soluciones al mayúsculo problema del deficitario desarrollo económico y social, lo cual implica identificar, reconocer, asumir y erradicar las insuficiencias, los errores y las contradicciones que la Revolución viene arrastrando, que, entre otras consecuencias, merman la efectividad de los esfuerzos realizados para reducir los daños ocasionados por el bloqueo imperialista. Este ejercicio de introspección es necesario, ante todo, porque la sociedad cubana merece que se erradique todo lo negativo en que se haya incurrido en el proceso de edificación socialista y, además, porque todo lo negativo es combustible para la desestabilización imperialista de espectro completo, en particular, para su guerra mediática.
Como la agudización del conflicto y del bloqueo versus la normalización de las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y Cuba fue uno de los contenidos fundamentales de la serie de artículos titulada «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba. Acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana»,[2] el presente texto se dedica a la refundación revolucionaria. La premisa esencial para resolver con éxito la ecuación defensa/refundación del socialismo cubano es la relación dialéctica entre continuidad y cambio.
La clave para actuar como revolucionarias y revolucionarios — escribía yo el 12 de abril del presente año — está en cómo entender, asumir y ser consecuentes con la relación dialéctica entre continuidad y cambio. Cuando se está produciendo el cierre del primer gran período histórico de la Revolución cubana y el inicio del segundo: ¿qué debe continuar y qué no debe continuar? ¿Qué debe cambiar y qué no debe cambiar? Sobre esta base, lo que yo espero del 8vo. Congreso [del Partido Comunista de Cuba] es que:
- la continuidadsea en el plano general, en el plano de la continuidad histórica de la Revolución cubana, de la continuidad histórica de un proceso revolucionario que está en constante e indetenible movimiento, que de modo permanente tiene que crecerse y superarse, que siempre necesita crecerse y superarse a sí mismo; y,
- el cambiosea en el plano concreto, en el plano planteado en las dos ideas iniciales del concepto de Revolución de Fidel: «Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado […]».[3]
Cuba 2021: 30 años sin analizar el derrumbe del «modelo soviético»
En 1917, Lenin escribió:
En el socialismo resucitarán de manera inevitable muchas cosas de la democracia «primitiva», pues la masa de la población se elevará y llegará, por primera vez en la historia de las sociedades civilizadas, a intervenir por cuenta propia no solo en votaciones y elecciones, sino también en la labor diaria de administración. En el socialismo, todos intervendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que nadie dirija.[4]
En 1918, Lenin escribió:
Dictadura [del proletariado] no significa por la fuerza supresión de la democracia para la clase que la ejerce sobre las otras clases, pero sí significa necesariamente supresión (o una restricción esencialísima, que es también una forma de supresión) de la democracia para la clase sobre la cual se ejerce la dictadura.[5]
En 1926, dos años después de la muerte de Lenin, Stalin escribió:
Ni una sola decisión importante de las organizaciones de masas del proletariado se adopta sin las directivas del partido. Esto es muy cierto. Pero ¿significa esto, acaso, que la dictadura del proletariado se reduzca a las directivas del Partido? ¡Naturalmente que no! La dictadura del proletariado consiste en las directivas del Partido, más el cumplimiento de estas directivas por las organizaciones de masas del proletariado, más su puesta en práctica por la población. (Sic!).[6]
En 1953, año de la muerte de Stalin, Isaac Deutscher escribió:
Cuando uno piensa cuántas generaciones de rusos se han consolado con la idea de que su existencia nacional era un «edificio inconcluso», uno puede, en ciertos momentos, sentir con estremecimiento que sobre los esfuerzos de Rusia se cierne una maldición de Sísifo.[7]
En 2005, a 14 años de la disolución y el desmembramiento de la Unión Soviética, Schafik Hándal escribió:
¿Por qué la gente no salió a defender el socialismo? […] porque no se le escuchaba y ya estaba acostumbrada a eso.[8]
En 2016, un comunicador social de izquierda, amigo de la Revolución cubana, en un país latinoamericano entonces gobernado por fuerzas de izquierda y progresistas solidarias con Cuba, en una entrevista para la radio me preguntó:
Compañero: La Revolución cubana lleva ya 57 años en la etapa de resistencia: ¿cuándo va a pasar a la etapa de desarrollo?
En 2021 se cumplieron 36 años de la elección de Mijaíl Gorbachov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (10 de marzo de 1985), cuya perestroika, glasnost y «nueva mentalidad» fueron catalizadoras del estallido de contradicciones políticas, económicas y sociales largamente acumuladas y agudizadas en el bloque euroasiático de la segunda posguerra mundial, incluido su núcleo fundamental: la propia URSS. También se cumplen 32 años del inicio de la restauración capitalista en ese bloque, con la elección en Polonia de una coalición gubernamental liderada por el sindicato Solidaridad (21 de agosto de 1989), seguida por hechos similares en Hungría (23 de octubre) y Checoeslovaquia (10 de diciembre), y por la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre), desencadenante de la desaparición de la República Democrática Alemana. Hace más de 31 años que Rusia — ¡nada menos que Rusia! — y Ucrania se desafiliaron unilateralmente de la URSS (12 de junio y 16 de julio de 1990, respectivamente). Además, en 1991 se reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania.
El derrumbe del socialismo real fue un proceso de dos años, cuatro meses y 10 días de duración, en el que el «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» colapsó en nueve de los 13 países donde imperaba, ocho de ellos europeos — en orden alfabético: Albania, Alemania Democrática, Bulgaria, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía, URSS (federación euroasiática de repúblicas) — y uno asiático (Mongolia). Ese proceso concluyó con la disolución y el desmembramiento de la URSS, un hecho ya consumado desde antes, que se oficializó el 25 de diciembre de 1991. En ese contexto, en junio de 1991 se produjo el primer episodio de las «guerras de Yugoslavia», cuyo «efecto de dominó», extendido a lo largo de una década, destruyó y fragmentó al único país socialista europeo que no formaba parte del bloque soviético.
En total desaparecieron 10 países socialistas. Por una parte, nueve del bloque nucleado en torno a la URSS y, por la otra, Yugoslavia, fundadora del Movimiento de Países No Alineados. Además, en 2021 hace 43 años y 35 años, respectivamente, del comienzo de las reformas económicas en China (1978) y Vietnam (1986), países que mantuvieron el sistema político de matriz soviética, es decir, el sistema de partido único fundido con el Estado, al tiempo que emprendían una desestatización y apertura crecientes de sus economías al capital nacional e internacional. Esto implica que China empezó a hacer los cambios a la «matriz soviética» que entendió necesarios para su país, con siete años de antelación a la perestroika, la glasnost y la «nueva mentalidad», y que Vietnam los hizo en paralelo y en sentido opuesto al desmontaje del bloque euroasiático de la posguerra.
Es notable que a 36 años del inicio de la crisis terminal del socialismo real, y a 30 años del colapso definitivo de la URSS, cuya «matriz» Cuba asumió como propia en la década de 1970, su partido y gobierno no hayan realizado un análisis crítico (conocido, público) de aquellos acontecimientos, con el propósito de identificar cuáles de los problemas conceptuales, estructurales y funcionales, con otras palabras, cuáles de los problemas políticos, económicos, sociales y culturales de ese «paradigma», que provocaron su fracaso en nueve de los 13 países donde imperaba, y que llevaron a otros dos a tomar oportuna distancia de él, son también causas de la inhabilidad del socialismo cubano de avanzar, con estabilidad y a paso firme, por la senda del desarrollo político, económico y social. ¿No merece esto una reflexión?
La Resolución sobre Política exterior aprobada por el 4to. Congreso del PCC, efectuado del 10 al 14 de octubre de 1991, dos meses antes del colapso de la URSS, dice:
Desde el anterior III Congreso de nuestro Partido, el acontecimiento internacional de mayor importancia histórica y de más profunda significación para todo el movimiento revolucionario mundial fue el proceso que condujo a la desaparición de los estados socialistas en el este de Europa y al debilitamiento y creciente peligro de desintegración de la Unión Soviética.
Este desastre político ha provocado un proceso en el curso del cual viene produciéndose el mayor realineamiento global de fuerzas económicas, políticas y militares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y entraña, sin duda, el más duro revés para los comunistas, los revolucionarios y todos los pueblos de la Tierra en el presente siglo.
Nuestro Congreso, por razones obvias, no ha realizado el análisis exhaustivo que estos hechos requieren, y que nuestro Partido y nuestro pueblo necesitan, para extraer las enseñanzas que de él se derivan. Ello constituye una responsabilidad histórica, aún «por cumplir», del movimiento revolucionario llamado a impedir que se imponga una lectura de derecha de estos amargos acontecimientos.
En el discurso en la clausura del 6to. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, el 4 de abril de 1992, tres meses y 10 días después de la disolución y el desmembramiento de la URSS, Fidel dijo:
Podíamos estar de acuerdo con cualquier idea de perfeccionar el socialismo. Con lo que no podíamos estar de acuerdo jamás es con la idea de destruirlo, mucho menos con la idea de asesinarlo. Y hay que decir que mucha gente trabajó de manera consciente para asesinar el socialismo, y a esa gente se le crearon las condiciones ideales para asesinar el socialismo. Fue una conspiración, una gran conjura del imperialismo, con el apoyo interno; la conspiración imperialista tuvo apoyo interno para asesinar el socialismo. Es decir, el socialismo no muere a consecuencia de sus errores, muere a consecuencia de que lo asesinaron. Hay que estar muy claro en eso. Asesinaron el socialismo, muere a consecuencia de no haber sido capaz de defenderse, muere a consecuencia de la falta de visión de los líderes y de los políticos, faltó visión. Solo la historia dirá la última palabra.
Fidel concluyó esas ideas, de manera impecable, con la afirmación: «muere a consecuencia de no haber sido capaz de defenderse, muere a consecuencia de la falta de visión de los líderes y de los políticos, faltó visión. Solo la historia dirá la última palabra». En términos similares a estos, es decir, con ese mismo contenido fundamental, Fidel se refirió al derrumbe en sus innumerables pronunciamientos públicos de aquella etapa. Sobre este tema, realizó un nuevo planteamiento, 13 años y siete meses después, en su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana del 17 de noviembre del 2005:
Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.
Y la interrogante siguió planteada: ¿cuál será la última palabra que dirá la historia?
A 30 años de aprobada la Resolución de Política exterior del 4to. Congreso del PCC, y de la disolución y el desmembramiento oficial de la URSS, a 29 años del discurso de clausura de Fidel en el 6to. Congreso de la UJC, y a 16 años de sus palabras en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, la Revolución cubana no ha hecho, ni muestra intención alguna de hacer, «el análisis exhaustivo que estos hechos requieren, y que nuestro Partido y nuestro pueblo necesitan, para extraer las enseñanzas que de él se derivan». El PCC está «aún “por cumplir”» la parte que le corresponde de la «responsabilidad histórica […] del movimiento revolucionario» destinada a «impedir que se imponga una lectura de derecha de estos amargos acontecimientos».
Las y los historiadores y analistas políticos no han dirigido el foco de atención a la actuación individual o de grupo de Mijaíl Gorbachov y demás dirigentes soviéticos que impusieron la perestroika, la glasnost y la «nueva mentalidad». Quienes abordan el tema dentro del espectro que abarca desde la socialdemocracia hacia el resto de la derecha, ensalzan, con distintas gradaciones de beneplácito, que aquella dirigencia facilitara la destrucción de un sistema social que, para ellos, nunca tuvo el derecho de nacer. Quienes lo hacen dentro del espectro de la izquierda, centran sus análisis en el abismo existente entre el objetivo proclamado de la «construcción del socialismo y el avance hacia el comunismo», y la realidad de que el sistema soviético engendró una burocracia conservadora y opresora que, llegado a un punto de la crisis conceptual, estructural y funcional del socialismo real, decidió restaurar el capitalismo y apropiarse de la mayor parte posible de los medios de producción y de la riqueza social acumulada. El papel de los individuos fue secundario: las condiciones para «asesinar al socialismo» estaban maduras.
Sin duda alguna, hubo una conspiración imperialista contra la URSS. Papeles destacados en ella desempeñaron los gobiernos de Ronald Reagan en los Estados Unidos — con una intensificación de la carrera armamentista dirigida a desgastar la economía y la sociedad soviéticas — y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña — con el «cortejo» y la «seducción» política de Gorbachov. Sin embargo, por muy efectiva que haya sido la política imperialista contra la URSS y demás Estados socialistas que se derrumbaron, es imposible concebir que esa fuese la causa fundamental de su destrucción. En sentido análogo, por muy sofisticada que haya sido la «conspiración palaciega» de Gorbachov, también es imposible que ella bastara para destruir a un sistema social llamado a superar históricamente al capitalismo. Es evidente que Reagan y Thatcher actuaron con Gorbachov para acelerar un proceso de autodestrucción, resultante de las contradicciones inherentes al «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo», y de las contradicciones aún mayores existentes en los demás países del bloque euroasiático de la segunda posguerra, donde ese sistema social no fue producto de revoluciones autóctonas, sino de la ocupación militar soviética posterior a la derrota de la maquinaria bélica nazi‑fascista.
La conspiración imperialista es inherente a la lucha de vida o muerte entre el capitalismo y el socialismo, cada uno de los cuales busca derrotar y aniquilar al otro, para imponerse él. No se puede «culpar» al capitalismo de tratar de derrotar y destruir al socialismo. La búsqueda de la aniquilación mutua es un dato de la realidad que tenemos que dar por sentado. Lo que sí podemos hacer es constatar que la batalla librada en el siglo XX entre el capitalismo y el socialismo real, la ganó el primero y la perdió el segundo, y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que la siguiente batalla entre el capitalismo y el socialismo — esta vez, sin el apellido «real» — tenga el resultado opuesto. En cuanto a las traiciones y culpas de los dirigentes, estas no son, ni en primera ni en última instancia, cuestiones personales, sino sistémicas.
¿Cómo explicar que la existencia del sistema socialista, valga la redundancia, concebido para socializar la toma de decisiones y su cumplimiento, dependiera de la voluntad de un «máximo dirigente» y/o un grupo de «altos dirigentes», no solo de un país socialista, sino en 10 de los 14 países socialistas entonces existentes? ¿Cómo explicar que esa persona o grupo de personas, primero, escalara a los máximos cargos del partido y el Estado de un país socialista y, segundo, llegara a acumular el poder que le permitiera asesinar a ese sistema social? ¿Acaso fue un «error» de la «política de cuadros»? ¿Era esa una matriz de democracia socialista? Si existiese democracia socialista, los traidores no hubieran llegado a ejercer la dirección del partido y el gobierno; en el caso extremo de que llegasen a ocuparlo, no hubieran podido ni siquiera intentar lo que hicieron; y, en el caso más extremo de que intentaran hacerlo, el pueblo no lo hubiese permitido. Pero, tal como dijo Schafik Hándal: la gente no salió a defender el socialismo, porque no se le escuchaba y ya estaba acostumbrada a eso.
El «modelo soviético» se basó en el ejercicio monopólico del poder por una cofradía de «guardianes de la fe», una cofradía de avezados conocedores, practicantes y ejecutores certificados del marxismo‑leninismo y sus «leyes generales que rigen el desarrollo social», que usurpó el poder, no solo del pueblo, no solo de las y los obreros y campesinos de los cuales se autoproclamaba vanguardia organizada, sino incluso de la propia militancia del partido, con el supuesto fin de protegerlos a ellos mismos de las confusiones y desviaciones en que pudieran incurrir. El resultado fue que, con el paso del tiempo, las sucesivas generaciones de «guardianes de la fe» perdieron crecientemente la fe. La propiedad estatal sobre los medios de producción, llamada a ser la encarnación suprema de la propiedad socialista, carente de verdadero control social, se convirtió en botín de diversas formas de propiedad privada indirecta de dirigentes y funcionarios a todos los niveles, y el andamiaje concentrador del poder construido por sus predecesores y heredado por ellos, les posibilitó y facilitó derrumbar al socialismo y restaurar el capitalismo cuando se dieron las condiciones propicias para ello. Esta experiencia demuestra que socialismo no es concentración, sino socialización del poder.
El fracaso del «modelo soviético» nos presentó a las y los revolucionarios el problema teórico‑práctico de hacer un replanteamiento a fondo y una redefinición integral de nuestros objetivos y programas estratégicos, y de los medios y métodos para cumplirlos. Hasta el momento, el PCC no ha participado en esa labor. Es hora de que empiece, porque más vale tarde que nunca. Autoras y autores cubanos sí lo han hecho, pero sus resultados de investigación no han sido suficientemente divulgados.[9] Por fortuna, amigos de Cuba y de Fidel a toda prueba, como Schafik Hándal, Nils Castro, Frei Betto y muchos otros, sí se han pronunciado al respecto.
En el período transcurrido entre el inicio de la restauración capitalista en Europa oriental y el derrumbe de la URSS, Schafik, buen conocedor de la política soviética y uno de los más lúcidos analistas del impacto del derrumbe del socialismo real en la izquierda latinoamericana, afirmó:
El gran problema del socialismo en crisis es que es un modelo sin democracia. Así se construyó y ese es su gran defecto. Si ese socialismo hubiera tenido el grado de democracia que los fundadores de la teoría del socialismo científico le atribuían, si eso se hubiera cumplido, seguramente no tendría este problema.
La rigidez de las estructuras económicas provocó el retraso económico e impidió ir a tono con el desarrollo de los tiempos y las fuerzas productivas. No les permitió a los países socialistas asimilar los avances científicos y tecnológicos de la segunda mitad de este siglo [se refiere al siglo XX]. Todo eso se hubiera podido corregir de haber existido democracia, que se hubiera desarrollado y enriquecido con el avance mismo de la historia. Pero eso no ocurrió y es la causa de la crisis actual, tanto política como económica y social.
Desde luego, ese socialismo no es alternativa para nosotros ni para nadie. Pero el capitalismo no es la opción para el Tercer Mundo y, en gran medida, no lo es para inmensas masas de los mismos países capitalistas desarrollados.[10]
Y años más tarde, en 2005, cuando ya el paso del tiempo empezaba a colocar las causas y consecuencias del colapso del socialismo real en perspectiva histórica, Schafik añadió:
Al socialismo se le puede defender solo renovándolo, lo cual implica compartir esta tarea con el pueblo, abriéndole la posibilidad de participar en su crítica y reestructuración. La renovación del socialismo real implica un tránsito tenso, preñado de contradicciones que pueden sumergirlo en una crisis de debilitación, facilitar su aprovechamiento por los imperialistas y toda clase de fuerzas antisocialistas, generar una gran confusión en las masas y perder el rumbo. Así el socialismo puede liquidarse. Superar esa contradicción es un gran reto: renovar el socialismo y defenderlo son compromisos revolucionarios irrenunciables e inseparables. Nosotros sabemos que la clave está en el trabajo de los revolucionarios con el pueblo.
En su renovación, el partido en un país socialista debe desembocar en un partido que conciba la respuesta al reto de un descomunal esfuerzo por incorporar a las fuerzas populares y sociales, tanto a la rectificación renovadora del sistema económico y político del socialismo, como a la depuración y reconstrucción del mismo partido […].[11]
Tan sintético como contundente, es el análisis de Nils Castro sobre el sistema soviético:
[…] el sistema soviético desconoció la tesis que Carlos Marx dejó resumida en su célebre cuarto párrafo del Prólogo a su Contribución a la Crítica de la Economía Política. Por efecto de la rigidez estalinista y de la frustración del deshielo propuesto por el XX y el XXII Congresos del PCUS, las prioridades del control político‑burocrático y la perpetuación del régimen resultante de la dictadura del proletariado prevalecieron sobre las de la revolución científica y tecnológica. En creciente grado esto mermó la eficiencia, la competitividad y sostenibilidad del sistema soviético y, al cabo, las relaciones de producción creadas en la URSS dejaron de ser «formas de desarrollo de las fuerzas productivas», y se tornaron en trabas a ese desarrollo, una contradicción que, al dejarse de resolver, finalmente estremeció toda la «inmensa superestructura» erigida sobre ella.
[…]
[…] lo que sucedió en la Rusia soviética y su enorme periferia demostró, por si faltara, que ninguna revolución es irreversible, y que el régimen revolucionario incluso puede morir sin haber perdido el gobierno — como los árboles que también mueren de pie —, si se degradan las motivaciones humanas indispensables para realimentar la revolución y renovarle soluciones de readaptación, reproducción, cambio y continuidad a sus bases y expectativas socioculturales, económicas y políticas.
[…]
De esa reversibilidad se desprenden varias observaciones. Una de ellas, que al completar cada realización o etapa del acontecer práctico o de la historia, la realidad queda modificada y comienzan a abrirse, a su vez, nuevos abanicos de demandas, alternativas y oportunidades. En consecuencia, en sus respectivas circunstancias y conforme a sus propios niveles de conciencia, son las personas y pueblos involucrados quienes disciernen entre el inmovilismo o las nuevas opciones, y quienes deciden cursar una u otra de las distintas alternativas, eligiendo según sus propias creencias, expectativas y posibilidades […]. Y, finalmente, que los propios cambios y revoluciones sociales, al realizarse, modifican a las personas y pueblos que los moldearon, así como a las circunstancias nacionales y las condiciones externas en que los acontecimientos han tenido lugar. Si el programa se ha cumplido, la realidad que lo pedía y justificaba ha dejado de ser la que era, iniciando otra realidad. Lo que en el siguiente período dará pie al reclamo ciudadano de rehacer objetivos, programa y estilo de trabajo para emprender una nueva generación de cambios adicionales.[12]
En un intercambio con estudiantes y trabajadores de la Universidad de las Ciencias Informáticas de Cuba (UCI), el 13 de febrero de 2014, con sus siempre poéticas palabras, Frei Betto emitió esta opinión sobre las causas del derrumbe del socialismo soviético:
El capitalismo […] privatizó los bienes materiales, y socializó los sueños.
El socialismo ha sido exactamente al revés. Socializó los bienes materiales, y ha cometido el error de privatizar los sueños. […] Todos en el socialismo de Europa tenían, asegurado, por la estructura del país, los tres derechos fundamentales del ser humano. Por orden: alimentación, salud y educación. […] Pero solamente los políticos podían soñar. El sentido de buscar siempre caminos, alternativas, eso no era compartido con el pueblo. Al punto de que un solo hombre, Gorbachov, tenía el poder de poner en peligro 70 años de Revolución. O sea, un hombre pudo producir situaciones que llevaron al desplome de la Unión Soviética y a la entrada del capitalismo en el este de Europa. ¿Por qué? Porque hubo una privatización de los sueños. Y si hay una cosa sin la que el ser humano no puede vivir, es sin sueños.
[…]
El socialismo, el proyecto de futuro del socialismo no puede ser un secreto del buró político. Tiene que ser un anhelo de toda la población del país.
La pervivencia en Cuba del marxismo‑leninismo soviético
En la «Conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista», aprobada en el 8vo. Congreso del PCC, efectuado del 16 al 19 de abril de 2021, que reproduce lo dicho en la versión de ese documento fechada en julio de 2017, se ve la «punta del iceberg» de los problemas existentes en la investigación, el análisis, la identificación y la solución de los problemas teóricos y prácticos de la edificación socialista en Cuba, en primer término, la pervivencia del marxismo‑leninismo soviético.
Entre sus «antecedentes particularmente relevantes», la Conceptualización menciona a la Plataforma Programática aprobada en el 1er. Congreso del PCC (1975), y al Programa del PCC aprobado en su 3er. Congreso (1986). No se hace referencia aquí al contenido del Programa aprobado en el 3er. Congreso porque no está accesible en la web. Eso es lamentable porque, si bien no está vigente, es un documento histórico de gran valor, que plasmó cómo el PCC caracterizaba la situación nacional e internacional, y cómo concebía entonces la construcción del socialismo. Tampoco están accesibles otros documentos del Partido, incluidas resoluciones de congresos y discursos de sus principales dirigentes, imprescindibles para hacer el todavía pendiente, y muy necesario, balance del primer gran período histórico de la Revolución cubana, en el que la edificación socialista fue conducida por sus líderes fundadores. Incluso, percibo que textos antes disponibles fueron «retirados». ¿Quién y por qué «los retira» del acceso público? No aparece, por ejemplo, el Informe Central de Fidel al 1er. Congreso del PCC.[13] Todo ello amerita una investigación, una explicación y una rectificación.
Con la terminología de la Plataforma Programática del 1er. Congreso, en la Introducción de la Conceptualización del modelo económico y social, página 8, párrafo 2, se construye la siguiente definición:
La sociedad cubana se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo. La experiencia ha demostrado que constituye un prolongado, heterogéneo, complejo y contradictorio proceso de profundas transformaciones en las estructuras políticas, económicas y sociales, entre otras.
El mismo posee objetivos y rasgos esenciales comunes por su contenido histórico universal, independientemente de donde tenga lugar; especificidades políticas, ideológicas, económicas, jurídicas, sociales, legales, culturales e históricas, derivadas de las características internas de cada país y el entorno internacional.
Además, la resolución aprobada por el congreso a propuesta de la Comisión №1 afirma:
La Conceptualización actualizada ratifica que la sociedad cubana se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo, así como los principios en que se sustenta el ideal de sociedad socialista […].
¿Con qué base científica y/o política la conceptualización sustenta esa afirmación? ¿Con qué base científica y/o política el 8vo. Congreso del PCC ratifica esa afirmación 30 años después del derrumbe de la Unión Soviética? ¿Tiene vigencia el concepto de «período histórico de construcción del socialismo» plasmado en la Plataforma Programática del 1er. Congreso? ¿Acaso seguimos creyendo que la construcción del socialismo «posee objetivos y rasgos esenciales comunes por su contenido histórico universal, independientemente de donde tenga lugar»? Las «especificidades políticas, económicas, sociales, culturales e históricas, derivadas de las características internas de cada país y el entorno internacional», que en 1975 se creían compatibles con los «objetivos y rasgos esenciales comunes» de la construcción del socialismo: ¿incluían la apertura al capital internacional y nacional realizada por China y Vietnam? ¿Incluían la legalización de ciertas formas de propiedad privada en Cuba? ¿Cuáles serían hoy los «objetivos y rasgos esenciales [del proceso de construcción socialista] comunes por su contenido histórico universal, independientemente de donde tenga lugar»? ¿Puede invocarse aquel concepto para fundamentar que «la sociedad cubana [actual] se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo»?
En el acápite de la Conceptualización titulado Principios de nuestro socialismo que sustentan el modelo, página 18, numeral 2, se menciona: «El papel dirigente del Partido Comunista de Cuba […] organiza y orienta los esfuerzos comunes en la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista».
¿Tiene vigencia el concepto de «construcción del socialismo y avance hacia la sociedad comunista» invocado en la Conceptualización? ¿Qué se entiende hoy por «avance hacia la sociedad comunista»? Las y los comunistas ansiamos algo que se asemeje lo más posible al ideal de Marx de una sociedad de productores libres donde se extinga el Estado, pero: ¿qué paradigma comunista podríamos hoy racionalmente incluir en un programa? ¿Puede construirse, ya no solo el socialismo en un solo país, sino incluso el comunismo en un solo país? ¿Puede Cuba sola construir el socialismo y también el comunismo?
Los conceptos «período histórico de construcción del socialismo», «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» y otros similares, de ninguna manera se pueden desasociar del marxismo‑leninismo soviético que el Movimiento Comunista Internacional recitaba como dogma, el cual la Revolución cubana asumió oficialmente como propio en el 1er. Congreso del PCC. Esos dogmas consideraban a la revolución proletaria mundial, la construcción del socialismo y el avance hacia el comunismo como elementos de «un proceso objetivo inevitable, sujeto a leyes sociales» que exigían «observancia estricta». Según esa concepción etapista: «a partir de enero de 1959 se inicia la etapa democrático‑popular, agraria y antimperialista de nuestra Revolución» y «durante la segunda mitad de 1960 tienen lugar las nacionalizaciones de carácter antimperialista y socialista», en virtud de las cuales «entra en su etapa de construcción socialista».[14] ¿En qué contexto se escribió eso? Vale la pena citar varios párrafos de la Plataforma Programática de 1975:
La victoria de la Revolución de Octubre de 1917, marcó el comienzo de una nueva etapa en la historia de la humanidad que tiene como contenido fundamental el tránsito revolucionario del capitalismo al socialismo.
La división del mundo en dos sistemas sociales diametralmente opuestos, rasgo principal de la crisis general del capitalismo, dio origen a la contradicción fundamental de nuestra época: la existente entre el sistema socialista, que avanza y se desarrolla, y el sistema capitalista llamado a desaparecer.
[…]
En los años finales de la década del 50 resulta evidente que en la arena mundial se han producido cambios cualitativos.
El crecimiento del poderío y la influencia internacional del sistema socialista mundial, el desarrollo del proceso de descomposición del sistema colonial ante el auge del movimiento de liberación nacional, el aumento de los combates clasistas en el mundo capitalista y la acentuada incapacidad del sistema capitalista mundial para resolver sus contradicciones internas, ponen de manifiesto un cambio a favor de las fuerzas que luchan contra el imperialismo y el hecho de que el sistema socialista mundial se va convirtiendo en el factor decisivo del desarrollo de la humanidad.
Es en este momento histórico cuando se produce el triunfo de la Revolución Cubana, iniciadora de una nueva etapa de luchas en América Latina.
[…]
La situación internacional actual se caracteriza por el constante crecimiento del poderío y la influencia del sistema socialista mundial, los avances del movimiento comunista y obrero internacional en el resto del mundo, los éxitos del movimiento de liberación nacional, los cambios favorables hacia la distensión internacional y el debilitamiento general de las posiciones del imperialismo mundial. La contradicción fundamental de nuestra época entre el socialismo y el capitalismo continúa desarrollándose a favor de las fuerzas revolucionarias. Se agrava la crisis general del capitalismo y con ello se reafirma la bancarrota de la estructura social, política e ideológica del imperialismo y de la descomposición moral de la sociedad capitalista.
[…]
Frente a esa situación del sistema capitalista, los países socialistas, basados en la comunidad de su régimen económico‑social, de su ideología y de sus principales objetivos, constituyen un sistema social en cuyo seno no se producen crisis económicas y en el cual se desarrolla un nuevo tipo de relaciones internacionales, basadas en la completa igualdad de derechos de todos sus integrantes, el respeto a la soberanía, la independencia y los intereses de cada país; la ayuda mutua y la colaboración fraternal y recíproca, donde ningún país tiene, ni puede tener, derechos a privilegios especiales.[15]
Seguir creyendo que nos regimos por supuestas leyes históricas predeterminadas, nos divorcia de la realidad y de la sociedad. Seguir creyéndolo nos impide emplear el método crítico de Marx para analizar científicamente cuál es la realidad de la Cuba actual, muy distinta a la realidad europea occidental de hace 173 años, cuando en 1848 se publicó el Manifiesto del Partido Comunista, por recordar solo uno de los textos más conocidos de Marx; y muy distinta a la Rusia de hace 104 años, cuando en 1917 se publicó El Estado y la revolución, por recordar solo uno de los textos más conocidos de Lenin. A ello habría que añadir que, de entonces a acá, el pensamiento y la obra de uno y otro han sido objeto de incontables interpretaciones, distorsiones y vulgarizaciones, gran parte de las cuales fueron incorporadas al marxismo‑leninismo soviético que la Revolución cubana aún no ha exorcizado.
No todo en la Unión Soviética fue «malo», ni la Revolución cubana «heredó todo lo malo» que hubo en la Unión Soviética pero, innegablemente, hay de lo uno y de lo otro, y eso está por estudiar y determinar. Se enfatiza aquí «lo malo» de la URSS, porque lo bueno es lo único, o lo que más, se ha conocido en Cuba. Lo que aquí se dice, no niega ni desconoce la idea expresada por Fidel en el Informe Central al 1er. Congreso del PCC: «Sin la ayuda decidida, firme y generosa del pueblo soviético, nuestra patria no habría podido sobrevivir al enfrentamiento con el imperialismo». No se trata, como dice un refrán, de «botar al niño con el agua de la bañadera», pero sí de identificar y diferenciar a cada cual, para «bañar al niño con agua fresca».
¿Cuánto y cómo se menciona al marxismo
y/o al leninismo en el 8vo. Congreso del PCC?
En la Conceptualización del modelo económico y social, en el acápite Principios de nuestro socialismo que sustentan el modelo, página 18, se emplea el término marxismo y leninismo, en concordancia con los actuales Estatutos del PCC, que invocan:
[…] la fusión del ideario revolucionario radical de José Martí y de una tradición singular de lucha liberadora nacional y social en la que se destacan insignes revolucionarios y patriotas, con los principios fundamentales del marxismo y del leninismo y la necesidad histórica del socialismo que en nuestras condiciones se revela como única alternativa al subdesarrollo y a la dominación neocolonial.
A diferencia de lo anterior, en la Resolución sobre el funcionamiento del partido, la actividad ideológica y la vinculación con las masas, página 5, se emplea el término Marxismo Leninismo (con iniciales en mayúsculas y sin guion). Allí se plantea:
Fortalecer el consenso ideológico alcanzado con la apropiación, conocimiento e incorporación de lo más avanzado del pensamiento revolucionario cubano y universal, el ideario martiano, el Marxismo Leninismo, el legado de Fidel; y las enseñanzas de Raúl; el perfeccionamiento de la investigación, impartición y divulgación de la historia patria; la promoción y exigencia del uso respetuoso de los símbolos nacionales y la preservación y desarrollo de las tradiciones, identidad y cultura nacional; sobre la base de una participación y cohesión superior entre las instituciones, investigadores, profesores e intelectuales, en función de sus aportes al desarrollo y la vida espiritual del país.
En igual sentido, en el Compendio de ideas, conceptos y directrices, página 20, también se habla de: «Estimular y fortalecer el conocimiento del ideario martiano, del Marxismo Leninismo, el legado de Fidel y Raúl en cuadros y militantes».
Discrepo de la afirmación contenida en los citados párrafos, la cual da como un hecho que en la Revolución cubana actual existe un consenso ideológico, y discrepo aún más con que ese consenso ideológico incluya al marxismo‑leninismo o marxismo leninismo (con guion o sin guion) concepto que, entre otras muchas invalidantes, caracteriza al socialismo como «un proceso objetivo inevitable, sujeto a leyes sociales» que exigen «observancia estricta». Hace mucho que el socialismo cubano carece de consenso ideológico y de consenso programático. Como se fundamenta más adelante, hace tres décadas que la Revolución cubana funciona sin un programa «en regla», es decir, sin un programa con todos sus requisitos y atributos.
El «consenso ideológico» mencionado en los párrafos citados es producto de medios, métodos, formatos, parámetros, límites y escogencias de participantes en los órganos y en los eventos decisorios, típicos del «modelo soviético» que, más que por debatir, se caracterizan por apoyar, aportar, ratificar, reiterar, enriquecer, perfeccionar y aprobar por unanimidad las ideas y propuestas elaboradas por el «aparato partidista», unanimidad que no refleja, ni la diversidad de la sociedad cubana, ni la diversidad de la militancia del propio partido. Más adelante se explica que el término «aparato partidista» no es «de la cosecha» de este autor, sino que fue extraído de una resolución aprobada por un congreso del PCC. Tener hoy sentido del momento histórico, implica que esos medios, métodos, formatos, parámetros, límites y escogencias de participantes en los órganos y eventos decisorios, junto con las votaciones unánimes que ellos producen, sean parte de todo lo que debe ser cambiado.
El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso que le sirvan de base para elaborar y aprobar un programa «en regla», actualizado y con visión de futuro. Si se sustituyera el concepto, es decir, no solo el término, sino también el concepto, de marxismo‑leninismo o marxismo leninismo (con o sin guion) por el de marxismo y leninismo, o mejor aún, por el de teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, que es mucho más abarcador y acorde con las condiciones y características actuales de la lucha popular, en el mundo en general y en Cuba en particular, el autor estaría de acuerdo con que los elementos mencionados en ese párrafo, junto con otros muchos que sería necesario incorporar, fuesen parte del debate y de la construcción del nuevo consenso programático revolucionario que el socialismo cubano tanto necesita.
Por último, el discurso de clausura pronunciado por el ya en ese momento primer secretario del PCC, Miguel Díaz Canel, afirma:
La disciplina partidista, la dirección colectiva, los estudios teóricos y la promoción de eventos sobre la viabilidad del socialismo, las ideas del marxismo leninismo, las tradiciones del pensamiento cubano, en particular de Martí y de Fidel, son temas de seguimiento impostergable en nuestras escuelas del Partido, junto con la necesaria formación teórica y de administración, con técnicas de dirección modernas y una amplia base cultural e histórica.
[…]
La labor partidista en la búsqueda constante de alternativas emancipadoras, también está urgida de un baño de ciencia y de tecnología, que deben ser partes de ese proceso.
El marxismo nos ha dejado un legado inestimable: la certeza de que la ciencia y la tecnología son parte indisoluble de los procesos sociales y que en la relación ciencia-tecnología-sociedad están las claves del desarrollo perspectivo y prospectivo de cualquier proyecto. Es el camino para construir una economía socialista basada en el conocimiento, una sociedad cada vez más cimentada en el conocimiento. Un horizonte promisorio para las nuevas generaciones.
Por el contenido de estos fragmentos, interpreto que Díaz Canel utiliza el término, es decir, no el concepto obsoleto, de marxismo leninismo, porque él lo menciona en relación con «los estudios teóricos y la promoción de eventos sobre la viabilidad del socialismo», con «la búsqueda constante de alternativas emancipadoras» y concluye el fragmento hablando del «legado inestimable» que «el marxismo nos ha dejado». Por último, no hay mención a los términos marxismo y/o leninismo en el Informe Central, ni en la resolución correspondiente; ni en los lineamientos de la política económica y social, ni en la resolución al respecto; ni en la valoración sobre la política de cuadros.
Como puede apreciarse, en los propios documentos del 8vo. Congreso se observan, al menos, tres términos, interpretaciones y/o conceptos diferentes relativos al marxismo y/o el leninismo, lo que ejemplifica la inexistencia de un consenso ideológico incluso dentro de las estructuras que los elaboraron, hecho que pasó inadvertido a quienes los aprobaron. También hay documentos en los que no se consideró necesario mencionar el tema. En la segunda parte (final) de este artículo se exponen las opiniones del autor al respecto en el acápite «La resiliencia de los manuales soviéticos en Cuba», al que se suman: «El zigzag u oscilación del péndulo de la economía cubana», «El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático» y, por último, «Ideas para un debate».
(Continuará)
(*) Roberto Regalado (La Habana, 1953). Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas, licenciado en Periodismo y profesor de Inglés, miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
[1] En alainet, 15/7/2021 (https://www.alainet.org/es/articulo/213090).
[2] En revista digital La Tizza, La Habana, Cuba: 1- (https://medium.com/la-tiza/el-tri%C3%A1ngulo-de-las-bermudas-por-el-que-navega-); 2- (https://medium.com/la-tiza/doble-filo-del-bloqueo-i-cc941c630d7e); 3-(https://medium.com/la-tiza/doble-filo-del-bloqueo-ii-e0703350e198?source=); 4- (https://medium.com/la-tiza/reflujo-de-la-izquierda-latinoamericana-i-f11c7e416918); 5- (https://medium.com/la-tiza/reflujo-de-la-izquierda-latinoamericana-ii-15e9bfad0426?source=); y, 6- (https://medium.com/la-tiza/el-socialismo-cubano-necesita-un-debate-y-un-nuevo-consenso-program%C3%A1tico-fadee2eaf3de?source=collection_home).
[3] Ibíd. Se refiere al concepto de Revolución planteado por el Fidel, en la Plaza de la Revolución «José Martí» de La Habana, el 1 de mayo de 2000.
[4] Vladimir Ilich Lenin: «El Estado y la Revolución», en Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, 1981, t.33, p. 119.
[5] Vladimir Ilich Lenin: «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», en Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, 1981, t.37, p. 252.
[6] José Stalin: «Cuestiones del leninismo», en Bolcheviques en el poder, Sonia Almazán y Jacinto Valdés‑Dapena, Ocean Sur, México, pp. 120‑121.
[7] Isaac Deutscher: «El final de la era de Stalin», en Filosofía y revolución en los años sesenta, María del Carmen Ariet y Jacinto Valdés‑Dapena (compiladores), Ocean Sur, México, 2010, p. 301.
[8] Schafik Hándal: Legado de un revolucionario: Del FMLN tras los acuerdos de paz al FMLN que hoy necesitamos, capítulo «socialismo en crisis», t.3, Ocean Sur, México, 2014, p. 43.
[9] Ver a Ariel Dacal y Francisco Brown: Rusia. Del socialismo real al capitalismo real, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, p. 10. Para conocer las opiniones otros especialistas cubanos en esta temática consúltese a Rafael Hernández (moderador): Mesa Redonda «¿Por qué cayó el socialismo en Europa Oriental?», Temas no. 39‑40, La Habana, octubre‑diciembre 2004.
[10] Schafik Hándal: «Solo el socialismo puede sacar al Tercer Mundo de su problemática», entrevista realizada por la periodista Enmanuel Verhoeven, Ediciones Liberación, 1990 (no especifica lugar de publicación). En archivo en el Instituto Schafik Hándal, San Salvador. En la web puede ubicarse mediante el sitio World Cat Identities.
[11] Schafik Hándal: Legado de un revolucionario. Del rescate de la historia a la construcción del futuro, t.3: «Del FMLN tras los Acuerdos de Paz al FMLN que hoy necesitamos», Ocean Sur, México, pp. 54‑55.
[12] Nils Castro: Las izquierdas latinoamericanas: observaciones sobre una trayectoria, Fundación Friedrich Ebert-Panamá, 2005, pp. 86‑88.
[13] Lo que aparece es el fragmento del Informe Central «Análisis histórico de la Revolución», tomado de Cuadernos Políticos, número 7, México, editorial Era, enero-marzo de 1976, pp. 79-97.
[14] Tomado de la Plataforma Programática aprobada por el 1er. Congreso del PCC.
[15] Idem.