Por Gilberto Lopes
El capitalismo no está en su fase terminal, pero está irreconocible. Esa es la tesis que defiende el periodista Ricardo Dudda, en artículo en la revista Nueva Sociedad, en su edición de noviembre-diciembre pasado. Para él, pase lo que pase, el capitalismo está en su clímax. En su versión hipercomercializada, “basada en la gig economy y en la comercialización de la vida privada, ha conseguido ampliar su acción a esferas de la existencia que nunca antes habían sido mercantilizadas”.
Y asegura: –No existe alternativa al capitalismo, y cuanto antes asumamos esto, antes lo arreglaremos.
Hay que tomar en cuenta que se trata de un periodista para quien el “capitalismo” se define, en su forma “clásica”, “como lo hacían Marx y Weber”. Como si hubiese alguna definición común del capitalismo entre dos autores que abordan el tema de manera muy distinta. Pero a Dudda no le preocupan esas sutilezas.
Columnista del El País y de The Objective, Dudda hace su recorrido por el tema de la mano del economista serbio Branko Milanović, para quien el “capitalismo occidental está perdiendo sus características liberales”.
Entre las nuevas característica de ese capitalismo está el hecho de que “entre 1978 y 2012, el porcentaje de riqueza global en manos del 0,1% más rico aumentó de 7% a 22%. Si nada cambia, en 2030 se estima que el 1% más rico poseerá dos tercios de la riqueza global”.
Da datos sobre la extrema concentración de la tierra en Estados Unidos e Inglaterra. “Entre 2007 y 2017, la proporción de tierra (propiedades) en manos de los cien propietarios más ricos de Estados Unidos aumentó casi 50%. En el Reino Unido, solo 1% de la población (unos 25 mil propietarios) posee la mitad de las propiedades del país”.
Siguiendo a Milanović, teje una serie de consideraciones sobre lo que llaman “capitalismo político” chino–el imperio eficaz de la burocracia y el sistema político de partido único–, por el cual Milanović “no esconde una ligera preferencia”. Un sistema cuyo éxito, para Dudda, está basado en la “falta de democracia y el desprecio por los derechos civiles”.
En todo caso, en su opinión, no es probable que el capitalismo liberal termine por parecerse a ese “capitalismo político”. Es mucho más probable –asegura– “que el capitalismo global siga dominando el mundo, en cada región a su manera”.
Donde se juega nuestro destino
En la misma revista viene otro artículo, que aborda tema parecido. ¿Qué futuro se escribe en China?, se pregunta Simone Pieranni, corresponsal y especialista en China del diario italiano Il Manifesto y creador de la agencia de prensa China Files.
Un primer dato es el de los gastos en investigación científica, en la que Estados Unidos gastaba, en vísperas de la II Guerra Mundial, apenas 0,075% de su Producto Interno Bruto (PIB).
Al final de la guerra, en 1944, ese porcentaje aumentó siete veces, pasando a casi 0,5% del PIB, inversiones que se utilizaron para desarrollar cosas como los sistemas de radar, la penicilina y… la bomba atómica…
En las dos décadas siguientes –cuenta Pieranni– los fondos federales para investigación y desarrollo se multiplicaron por veinte. Sin embargo, agrega, “a principios del decenio de 1980, se inició un lento descenso: el gasto público en investigación y desarrollo pasó a 1,2% del PIB; en 2017 se había reducido a 0,6%.”
Luego lo contrasta con los datos de China donde, entre 1990 y 2010, “la matrícula en la enseñanza superior se multiplicó por ocho y el número de graduados pasó de 300 mil a casi tres millones por año”.
“En 1990, el número de doctorados en Estados Unidos era veinte veces mayor que en China”. Dos décadas más tarde China había superado a Estados Unidos, con 29 mil nuevos doctores en 2010, en comparación con 25 mil en Estados Unidos”.
“El nivel de inversión e innovación planificada de las empresas chinas y de sus padrinos políticos en ámbitos como la inteligencia artificial, el 5g, el big data, las tecnologías de reconocimiento facial o el potencial vertiginoso de la informática cuántica tiene dimensiones de ciencia ficción”, asegura el periodista italiano.
Se refiere a las prestaciones de la aplicación WeChat. “Imaginemos que encendemos el móvil, pulsamos en el Messenger y en lugar de la pantalla que conocemos ahora, encontramos una especie de página de inicio desde la que se accede a la mensajería, redes sociales, Instagram, cuentas bancarias, compras, reservaciones, etc”. Eso es lo que hace WeChat, algo parecido a lo que Marc Zuckerberg sueña en transformar Facebook.
Pieranni introduce la idea de las “ciudades inteligentes”, un futuro que se asoma, en el que alguna gente ya está viviendo en China. No se trata solo de nuevos sistemas de planificación urbana, sino de nuevos modelos de ciudadanía, asegura Pieranni.
No es un tema carente de polémica. “La potencia de las aplicaciones chinas dedicadas al control estricto de los movimientos de la población a menudo acusadas de no ser más que un dispositivo de seguridad y el punto de anclaje de futuras ciudades inteligentes hipervigiladas, ha sido presentada por el gobierno y los operadores privados chinos como un servicio público imprescindible en una situación de emergencia”.
“Se ha visto este despliegue con la crisis del coronavirus. A pesar del –grave– retraso con el que China comenzó a tratar el covid-19 y su propagación, la población china pareció dispuesta a apoyar las decisiones que venían de arriba”.
Cada ciudad hizo lo suyo, agrega: “en algunos lugares se han reducido las horas de trabajo de los supermercados o centros comerciales para evitar el riesgo de contagio, en otros –especialmente en los pueblos rurales–, todos trataron de ayudar como pudieron al personal médico encargado de ir de casa en casa para tomar la fiebre e informar sobre posibles casos de contagio”.
Carbono neutral
Por último, una referencia al problema del calentamiento global y el papel de China en las emisiones de carbono.
El presidente Xi Jinping anunció en la última Asamblea General de las Naciones Unidas, el 22 de septiembre, que China quiere alcanzar cero emisiones de carbono en 2060
Pero hay algunas contradicciones, dice Pieranni. Hoy en día, “China consume la mitad del carbón del mundo. Además, sigue construyendo nuevas centrales eléctricas de carbón y quema mucho carbón en sus fábricas de acero y cemento”, de los cuales sigue siendo el principal productor mundial.
“¿Misión imposible, entonces? No, según los expertos, porque la economía china tiene muchos aspectos y facetas. Junto con su dependencia del carbón, es también un líder mundial en tecnologías limpias que podrían hacer factibles los planes –por cierto, muy ambiciosos– de Xi”.
En los proyectos de ciudades inteligentes. En muchas metrópolis chinas, “98% del transporte público ya es eléctrico, al igual que 99% de los ciclomotores y los scooters”.
Ciertamente, todo muy lejos del capitalismo político de Milanović o de Dudda y más cerca del mundo real que ya se asoma.
Al otro lado del mundo
El peso creciente de China en el escenario internacional es percibido como el mayor desafío para la política norteamericana. “Debemos enfrentar la realidad de que la distribución de poder en todo el mundo está cambiando, creando nuevas amenazas”, dice un documento donde la administración Biden establece nuevas orientaciones provisionales para la estrategia de seguridad nacional, difundido por la Casa Blanca este mes.
En su discurso del pasado 4 de febrero en el Departamento de Estado, Biden se refirió a sus dos grandes rivales: Rusia y China. Estados Unidos debe enfrentar lo que el presidente estima como una “nueva ola de autoritarismo, incluyendo la “creciente ambición de China de rivalizar con Estados Unidos y la determinación de Rusia de dañar nuestra democracia”.
“No hesitaremos en elevar los costos de esas acciones para Rusia”, agregó, y también enfrentaremos los desafíos que nuestro más serio competidor –China– representa “para nuestra prosperidad, seguridad y valores democráticos”.
Son las mismas líneas que ahora se recogen en la Guía Estratégica de Seguridad Nacional que la Casa Blanca acaba de publicar.
En los dos documentos Biden plantea que la tradicional distinción entre política exterior y política nacional tienen menos sentido que nunca y prometió reordenar las agencias y los departamentos del gobierno norteamericano, incluyendo la organización de la Casa Blanca, para reflejar esa realidad.
Siendo la región del Asia-Pacífico el escenario más directo de la confrontación con China, Estados Unidos ha redireccionado parte de su flota a esa región mientras Biden anunciaba su decisión de rehacer los vínculos con Europa y con la OTAN, debilitados por la política de su antecesor, una alianza indispensable, sobre todo, para intentar aislar a Rusia.
La única referencia a América Latina en el documento está relacionada a los estrechos lazos que unen los “intereses vitales” de Estados Unidos con sus “vecinos cercanos de las Américas”. “Ampliaremos nuestros compromisos y alianzas a través del hemisferio occidental –especialmente con Canadá y México– basados en los principios de prosperidad económica, seguridad, derechos humanos y dignidad”. Esto incluye –agregó el documento– trabajar con el congreso para otorgar a América Central cuatro mil millones de dólares en asistencia por cuatro años”.
China exige dejar de intervenir
Pero pensar la política internacional de alguna forma del mismo modo que la política nacional planteará nuevos problemas, “Nuestro trabajo defendiendo la democracia no termina en nuestras costas”, señala el documento.
Biden anunció su intención de promover sus propuestas de democracia y derechos humanos en Hong Kong, la provincia de Xinjian y en el Tibet, además de reivindicar intereses más generales, como la libertad de navegación, donde el punto más sensible pone frente a frente a las dos potencias en el mar del Sur de China.
Las dificultades quedan en evidencia cuando se lee que Estados Unidos “apoyará Taiwán, una democracia líder y un socio fundamental en materias económicas y de seguridad”.
Ese es quizás el punto más sensible de las relaciones entre Bejing y Washington, que China considera una interferencia en sus asuntos de soberanía. Luego de la reincorporación de antiguos territorios como Macao y Hong Kong a la soberanía china, el último caso pendiente –y el más importante– es el de la isla de Taiwán. Un error de cálculo en el manejo de esa situación tendría consecuencias catastróficas para la humanidad.
El canciller chino, Wang Yi, advirtió que no habrá paz en el mundo hasta que Estados Unidos deje de intervenir en los asuntos internos de otros países, “una disposición clara de la Carta de Naciones Unidos y principio fundamental de todas las relaciones internacionales”.
En conferencia de prensa celebrada en el marco de la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular china, Wang Yi afirmó que “durante mucho tiempo, Estados Unidos ha interferido de forma arbitraria en los asuntos internos de otros países bajo la bandera de la democracia y los derechos humanos, causando muchos problemas en el mundo”. “Estados Unidos debe darse cuenta de esto tan pronto como sea posible; de lo contrario el mundo no conocerá la paz”.
Refiriéndose a posibles críticas de Washington a la reforma electoral en Hong Kong que discute la Asamblea Nacional Popular afirmó que dicha reforma es “absolutamente necesaria para garantizar la estabilidad en Hong Kong”, y rechazó las acusacions de “genocidio” contra la minoría uigur en la región occidental china de Xinjiang que –aseguró– “carecen de sentido y están basadas en rumores propagados con malicia”.
Sobre Taiwán expresó la necesidad de que “la administración Biden se aleje claramente de las prácticas peligrosas de su predecesor”, advirtiendo que “no habrá concesiones” en esta materia.
Todo lo relacionado con Hong Kong, Tíbet, Xinjiang y Taiwán son un asunto interno de China y que solo el pueblo chino puede decidir si el gobierno chino lo está haciendo bien o mal, dijo Wang Yi.
En casa como en el exterior
Con todas las miradas puestas en las indicaciones políticas de la nueva administración, el Boston Globe publicó, la semana pasada, un artículo en el que señalaba que “Biden promete diplomacia pero ofrece más militarismo”, señalando que quienes esperaban que el gobierno tomara distancia de los conflictos del Oriente Medio se sentían decepcionados. Sobre todo después de los bombardeos realizados en Siria.
El profesor de Relaciones Internacional de la Universidad de Harvard, Stephen M. Walt, destacó que los efectos de esa política internacional intervencionista han terminado por repercutir también en casa, en un artículo publicado en la revista Foreign Policy el 3 de marzo pasado.
¿Hay alguna conexión entre lo que Estados Unidos ha estado haciendo afuera y las diversas amenazas a la libertad en casa?, se preguntó. “Yo pienso que sí”, fue su respuesta.
Durante lo que llamó el “momento unipolar”, después del fin de la Unión Soviética, los Estados Unidos parecían convencidos de que tratar de rehacer el mundo a su imagen y semejanza podría promover generaciones de paz y democracia. Pero, en vez de esto, esas acciones “terminaron causando enormes sufrimientos en otros países –mediante sanciones, acciones encubiertas, apoyo a dictadores matones y una notable habilidad para cerrar los ojos a la conducta brutal de los aliados– sin mencionar las actividades militares propias de los Estados Unidos en otras regiones”.
Lo que estoy sugiriendo –dice Walt– es que las acciones norteamericanas en el extranjero ayudaron a crear los peligros de ahora enfrentamos en casa.
Walt se lamenta de que Estados Unidos todavía gaste más en seguridad nacional que los seis o siete países que le siguen juntos. Sin duda, afirma, “esto ha proporcionado una impresionante cantidad de poder militar. Pero los Estados Unidos no tienen las mejores escuelas primarias y secundarias del mundo, ni el mejor sistema de salud, ni el mejor WiFi, ni los mejores trenes, carreteras o puentes”.
Para restaurar la credibilidad de los Estados Unidos, como pretende la nueva administración norteamericana, es necesario restaurar sus relaciones con la Corte Penal Internacional, en opinión de Sari Bashi, una abogada de derechos humanos y directora de investigación en la organización “Democracy for the Arab World Now”.
Bashi se refiere a la reacción del gobierno Biden, al día siguiente del discurso del presidente el 4 de febrero, cuando la Corte decidió abrir una investigación sobre la situación en los territorios palestinos ocupados por Israel, incluyendo la conducta de los militares israelíes durante la guerra en Gaza, en 2014, y los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada, algo que el Estatuto de Roma califica de “crímenes de guerra”.
Apenas hecho el anuncio de que la Corte pretendía investigar el caso, el Departamento de Estado expresó su “grave preocupación” por este hecho, mientras el gobierno israelí presiona a Estados Unidos para ayudar a blindar a sus funcionarios y evitar cualquier investigación.
FIN
PALABRAS CLAVE
China – Estados Unidos – Biden – capitalismo – democracia – Taiwán – Mar del sur de China – Gaza – Israel – Corte Penal Internacional