Por Rafael Hidalgo Fernández (*)
Manuel Piñeiro Losada
El 11 de marzo de 1998, hace 23 años, el matancero[2] de ascendencia gallega y cubanía acendrada, Manuel Piñeiro Losada, nos dejó físicamente luego de un absurdo accidente automovilístico. Al instante, el símbolo que ya era se multiplicó aún más entre los que tuvimos el privilegio de ser sus subordinados, tratarle de cerca y conocerle en sus múltiples facetas como ser humano y dirigente revolucionario.
Piñeiro, el legendario Comandante Barbarroja para amigos y enemigos de la Revolución Cubana, es mucho más que un creador en el arte de la “conspiración revolucionaria”, o dicho de otro modo, en el arte de saber actuar con principios éticos, en silencio y desde la modestia que caracteriza a los que asumen el anonimato como opción de vida para servir a su Patria de nacimiento, Cuba, o para honrar la idea martiana – asumida íntegramente por Fidel Castro Ruz – de que Patria es Humanidad.
Actúa siempre, en consecuencia, como un fidelista y un martiano cabal a la hora de proyectar su accionar internacionalista a favor de las causas revolucionarias del mundo y, sobre todo, de las que se escenificaron en la América Latina y el Caribe de su época. Sobran las historias que así lo confirman.
Pero Barbarroja representa, ante todo y sobre todo, un ser humano excepcional que las nuevas generaciones de cubanas y cubanos deberían conocer mejor, junto a otras figuras que honraron los ideales de la Generación del Centenario, en los llanos y en la lucha guerrillera en las Sierras Maestra y Cristal, de donde salió victorioso como uno de los comandantes del Segundo Frente Oriental, bajo el magisterio del General de Ejército Raúl Castro Ruz.
Su vida confirma a plenitud que por los valores éticos y humanistas que posee, llega a ser el revolucionario, así como el jefe leal y respetado que gana la confianza de Fidel para las más delicadas misiones internacionalistas.
El origen social acomodado no le inhibe su sensibilidad social, ni su personalidad noble, comprensiva y esencialmente constructiva. Junto a estos rasgos derrocha firmeza y vigor en la lucha contra los enemigos de la Revolución, internos y externos.
Con cariño le llamábamos el “jefe de las mil oportunidades”, expresión en nada equivalente a que fuese indebidamente tolerante a la hora de aplicar con rectitud las exigentes normas inherentes a las misiones a su cargo, sino como un recurso “popular” e indirecto para reconocer que cuando algún compañero había sido sancionado, o requerido por él, con toda seguridad lo merecía. Logra materializar, y muy bien, ese difícil arte de los verdaderos jefes: ser justos y tratar de serlo siempre.
Por esta condición primaria de su personalidad (su humanismo) y su escala de valores morales y éticos se transforma, a la vez, en un jefe ejemplar al que le agradecíamos hasta las críticas, por contradictorio que parezca; en maestro que los alumnos deseábamos imitar; y en el amigo que todos queríamos tener, porque siempre estaba donde se le necesitaba y esperaba a la hora de las dificultades, con la palabra de aliento, el consejo exacto y el gesto concreto de apoyo.
Cuando por primera vez aludí al título de este testimonio-homenaje, el pasado año, uno de nuestros jefes más respetados, que le conoció y siguió como pocos, hizo esta precisión: “esa caracterización es exacta, pero le falta un rasgo que no debe dejar de subrayarse: su lealtad sin límites al Comandante en Jefe Fidel Castro y su capacidad para traducir en hechos las ideas, las posiciones y decisiones internacionalistas de éste”.
Más adelante, este mismo jefe, formado políticamente bajo los exigentes códigos éticos de Frank País[3], añadió: “sólo una persona con la modestia, el carisma, la inteligencia, la disciplina y los principios de Piñeiro, podía dar continuidad con éxito a los delicados diálogos y a los compromisos que el Comandante en Jefe había sostenido y acordado, respectivamente, con importantes dirigentes revolucionarios de América Latina y el mundo. Un dogmático no habría podido cumplir las misiones que él llevó adelante…”
Sobre el ser humano Piñeiro, o el Comandante Barbarroja hasta aquí presentado en sus valores más generales, son los testimonios que siguen, modestos en comparación con los de otros compañeros que sí le acompañaron desde los días tensos de la fundación del Ministerio del Interior[4], de la Tricontinental[5] y el apoyo a la guerrilla del Che, entre otras muchas acciones a favor de las fuerzas revolucionarias de nuestro continente.
La verdad debe ser conocida. La vida de nuestros héroes requiere ser divulgada al máximo, para que la memoria histórica renueve las fuerzas de la Revolución, hoy con mayoría de jóvenes nacidos mucho después de los hechos que aquí se rememoran.
Estos testimonios están intencionadamente determinados por la admiración y la convicción de que en figuras como él, las inevitables faltas de toda persona terminan siendo irrelevantes a la hora de un balance general, cuando se las compara con lo que hicieron a favor de Cuba y de la edificación de una sociedad justa y solidaria.
No existe proyecto político sustentable sin una historia que emocione y convoque. Ello explica por qué Obama llamó a “olvidar” la eterna hostilidad de las élites de su país contra nuestro rebelde Caimán. Como aconsejó Fidel en una oportunidad, hagamos siempre todo lo contrario a lo que quieren y proponen nuestros enemigos.
El Jefe
Jefe, en Cuba, es en términos sociológicos mucho más que aquella persona que ocupa una responsabilidad “superior” o “principal” en una institución del gobierno o el Estado, o en una organización social. Así llamamos, como regla, a aquella figura que sabe transformar su poder formal en fuente de autoridad, desde el buen trato, el respeto a los demás, la accesibilidad, la capacidad de escuchar los criterios discrepantes y la propensión a fomentar la labor colectiva y la unidad de acción de sus subordinados. Todo esto, y más, es Piñeiro.
De imagen imponente, matizada por la barba que termina blanca al filo de los 63 años, solía entrar a la sede del Comité Central del Partido saludando a todos, con aire de criollo campechano, sin distancias artificiales y del modo natural que admiramos tanto. Los compañeros de la seguridad y las recepcionistas se paraban de forma automática, en señal de respeto y con visible satisfacción. Con frecuencia, él les decía algo de su buena cosecha de bromas. Todos las agradecían.
En nuestro país, este último matiz no es de importancia subalterna, sino expresión inequívoca de respeto real, no al cargo, sino a la persona que lo ostenta. Hasta la inmediatez con que nos paramos ante la llegada de una figura política, da una idea de su liderazgo real.
Frente a situaciones políticas u operativas difíciles, su energía era visible. Disfrutaba los retos. Si era necesario sostener, por ejemplo, un diálogo complicado con alguna figura amiga o adversaria, solía advertir, si eran varios los concernidos: “muchachos, sonrisa colgate[6], no se dejen provocar”.
Rechazaba la improvisación. Como experimentado maestro del trabajo de inteligencia que está en su formación inicial como dirigente guerrillero, y por la labor política internacional que desarrolló después, sabía que la planificación exitosa de una misión depende, en altísimo grado, de la información oportuna y real sobre su objeto de ser, de la calidad de los mecanismos de control y del grado de especialización, la disciplina y el compromiso político de los cuadros implicados en su dirección y ejecución.
Jamás fue víctima del burocratismo que mata las mejores ideas, y que opera como un lastre que termina siendo contrarrevolucionario por sus implicaciones, más aún en el ámbito de las decisiones internacionales. No confundía la importancia de la organización como medio, con las formalidades de la organización como un fin en sí mismo.
Como norma, era experto en promover el debate de ideas sobre temas sensibles para el país. Lo hacía con deleite. Conocía a los más preparados en cada tema y les daba plena libertad para exponer sus ideas, fuesen pertinentes o no. Observaba con su natural picardía a los “gladiadores” mientras estos intentaban imponer sus argumentos. Cuando el ambiente se tensaba, bastaba una frase suya llamando a la cordura para que todo retomase el ritmo requerido.
Sabía, en suma, dar coherencia a los criterios discrepantes que él mismo estimulaba en muchos casos. Por su estilo de conducción y su autoridad, anulaba con facilidad las crispaciones asociadas al temperamento criollo. Solamente exigía honestidad y respeto a la hora de dar las opiniones.
Jamás le observé tratar de forma autoritaria, irrespetuosa, o hiriente a un subordinado. Evidentemente, sabía muy bien que el ejercicio de la autoridad nada tiene que ver con el autoritarismo, recurso muy propio de los mediocres, que suelen ejercer con soberbia sus cuotas de poder a falta de inteligencia y capacidad para sumar voluntades.
Piñeiro, en síntesis, logró ser respetado y querido porque supo respetar y educar a todos los que le rodeaban. ¿Tuvo muchas prerrogativas en los cargos que desempeñó? ¡Sí! ¡Pero tuvo más autoridad moral y política que prerrogativas propiamente dichas! Ello explica testimonios como este.
El Maestro
Para Fidel Castro, “ser maestro…significa, ante todo, serlo en todos los órdenes de la vida…”[7]. En la visión de José Martí, “para ser Maestro de otros es necesario saber servir”[8]. La vida de Piñeiro integra estas dos perspectivas de un modo natural. Nada más lejos de él que “dar lecciones”. Prefería el método de llevar a las personas a entender por qué actuar de un modo y no de otro, a fin de asegurar una misión o el cumplimiento de un deber.
¿Qué no toleraba? La mentira, la adulonería (en Cuba, “guataquería”), el sectarismo, el elitismo y la “blandenguería” (“falta de carácter”, según la expresión popular) a la hora de encarar asuntos de principio.
¿Qué respetaba? Las conductas determinadas por la honestidad y la verdad. Cuando le decías, “jefe, fallé en esto, y fallé por esto o esto, no tengo justificación alguna…”, te escrutaba con su mirada de lince. Ante casos así, lejos de cuestionarte, su rostro parecía alegrarse y, sin ceder a las emociones, asumía tu autocrítica como el padre que se alegra, en silencio, de que el hijo se haya dado cuenta dónde no deberá fallar de nuevo.
Como buen pedagogo, solía darte la oportunidad de demostrar si habías actuado de forma consciente y real. De esta sencilla manera, terminaba comprometiéndote no solo con hacer las cosas del modo correcto y de acuerdo a las normas que toda institución tiene, sino con él en cuanto jefe-maestro.
De sus muchas enseñanzas, es imprescindible subrayar esta: nos muestra a todos cómo actuar en circunstancias donde no pudiéramos disponer de la consulta segura, por la soledad que con frecuencia rodea el proceso de toma de decisiones en la labor internacional. Su fórmula inicial era actuar con base en lo que Fidel hubiese dicho sobre el tema en cuestión.
Insistía mucho en estudiar cada discurso e intervención del Comandante en Jefe, y en anotar los temas y los matices por él abordados. Con frecuencia decía: “ahí está lo fundamental que necesitas para orientarte. Lo demás mira a ver cómo lo añades sin equivocarte”
Otra de sus ideas rectoras era que “debíamos ser ojos y oídos en tiempo real del Comandante en Jefe y de la máxima dirección del país”. Ojos y oídos calificados y consagrados a las misiones recibidas. Esta premisa, por mucho que pase el tiempo, siempre estará vigente para quienes defienden el país y la Revolución en la arena internacional.
Su otra bandera, de altísimo contenido ético y profesional, era: “al Comandante en Jefe y a la dirección del país no se le matiza nada. A nosotros solo nos corresponde informar la realidad que observamos y lo que escuchamos de forma exacta. El que quiera opinar, que lo deje explícito, en nota aparte”. Sabio consejo, base para la credibilidad de cualquier servidor público. En dos oportunidades se lo escuché, con la misma esencia.
El Amigo
No es muy frecuente que las relaciones jefe-subordinado en una estructura institucional formal, mediana o grande, devengan también relaciones marcadas por los valores y las expresiones propias de la amistad. El caso de Piñeiro escapa a la regla.
Observé por años, con curiosidad y admiración, cómo cuando algún compañero(a) tenía un problema personal, alguien solía preguntarle “¿lo sabe Piñeiro, díselo a Vida”? (Vidalina Valledor, su secretaria y leal colaboradora).
Tanto la pregunta, como la recomendación, solo se justifican cuando se ha instalado en el colectivo la idea de que existe un mando, con nombre y apellidos, que jamás te dejará a merced de tu problema. ¿Se quiere un factor más concreto que este en el proceso de construcción de la unidad de un colectivo? Lo dudo.
En medio de los esfuerzos por elaborar las presentes notas, emergió en la memoria un video de uno de los cumpleaños de Piñeiro, rodeado de viejos y nuevos compañeros. De él siempre me llamó la atención la expresión predominante en los presentes, sobre todo cuando interactuaban con el cumpleañero: lo que predominaban era la alegría y la satisfacción por estar en aquel homenaje que había nacido por iniciativa no de los subordinados, sino de los compañeros, de los seguidores que le admiraban.
Él, en resumen, inspiraba la confianza del amigo verdadero, aquel que se define en los momentos duros, no en los marcados por el éxito. Es por ello que te decía las cosas sin protocolo alguno y de frente, si tenía que hacerlo, pero te defendía con firmeza cuando no estabas y cuando más lo necesitabas. Todos sabíamos que con él teníamos la retaguardia segura.
Finalmente esta reflexión: la cotidianidad en ocasiones hace que olvidemos, o pasemos por alto, la grandeza de las personas que nos rodean. En algún grado esto nos sucedió con Piñeiro. Cuando faltó físicamente, fue cuando comprendimos mejor que él había logrado tornar natural, por su modestia, la personalidad excepcional que sigue siendo y será.
(*) Sociólogo y Analista Político.
[1] Este texto circuló entre amigos cubanos y latinoamericanos en marzo del pasado año. Ahora formará parte de una compilación de artículos sobre Manuel Piñeiro Losada en fase de edición. Ello explica la nueva redacción de su primer párrafo, que rectifica la fecha oficial de fallecimiento. Permanecen intactas las demás afirmaciones hechas en su versión original, la del 12 de marzo del 2020/17:10 hrs.
[2] Manuel Piñeiro Losada nace en la occidental provincia de Matanzas, el 14 de marzo de 1933. Fallece en la Habana, el 11 de marzo de 1998. Fundador del Partido Comunista de Cuba.
[3] Frank Isaac País García, nace el 7 de diciembre de 1934. Es asesinado vilmente en el Callejón del Muro, en su natal Santiago de Cuba, el 30 de julio de 1957, por los esbirros del dictador Fulgencio Batista, junto a otro joven revolucionario, Raúl Pujol. Posee una de las más hermosas y apasionantes biografías de la generación que condujo a la victoria revolucionaria del Primero de Enero de 1959. Fidel Castro, al conocer de su asesinato, escribió: “¡Qué bárbaros, los cazaron en la calle cobardemente, valiéndose de las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino! ¡Qué monstruos, no saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado!…
[4]El 6 de junio de 1961, al fundarse el Ministerio del Interior, es nombrado viceministro. Desde los momentos iniciales de la Revolución, juega un papel fundamental en el apoyo internacionalista de Cuba a las causas revolucionarias de América Latina y el Caribe.
[5] En enero de 1966 se celebra en La Habana la Primera Conferencia Tricontinental de los pueblos de África, Asia y América Latina. La capital cubana se transforma por estos días en epicentro de la lucha mundial contra el imperialismo y por la liberación nacional de los pueblos de los 3 continentes. El mensaje del Che a los participantes marcará los debates del evento.
[6] La que era una frase promocional de la marca Colgate en Cuba, Piñeiro la transforma en un recurso indirecto para llamar a la ecuanimidad y al desempeño inteligente, dos exigencias claves para afrontar un diálogo difícil.